jueves, 24 de abril de 2014

GABO, REVOLUCIÓN EN VENEZUELA, RELATO DE UN NÁUFRAGO Y PERIODISMO

A lo largo del diálogo que sostuvo con el náufrago, el reportero aclaró que no había existido tormenta alguna, que los ocho hombres cayeron al mar porque la nave de guerra llevaba carga de contrabando que, a causa de un bandazo motivado por el viento en mar gruesa, se soltó arrastrando a los marineros. El relato de aventuras se convirtió inmediatamente en denuncia política. Se levantó en el país un gran alboroto que le costó la gloria y la carrera al náufrago y el exilio del reportero.
Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre, fue otro de los excelentes reportajes llevados al libro (1970) luego de publicado por entregas en El Espectador de Bogotá en 1955.

Forma parte de la obra del periodista que compartió tiempo y labores con los venezolanos. Provisto de innato y muy excepcional talento para hacer de la noticia una historia completa atractiva a todos, García Márquez se radicó en Caracas en 1957. Alternará con los periodistas venezolanos a quienes les tocó -como a él- vivir los días finales de la dictadura perezjimenista. Los registra en la serie de crónicas en las que jamás se le extravía el detalle del proceso hacia el advenimiento de la era democrática, en 1958. Además de los escritos para las revistas Bohemia y Momento dirigida por Carlos Ramírez McGregor, complementará la tarea que se propuso su conterráneo José Umaña Bernal, de paso por Venezuela, quien logra publicar en las prensas de la Tipografía Vargas en manos del editor Juan de Gurruceaga, Testimonio de la Revolución Venezolana, compendio en 276 páginas de aquel episodio político fundamental del siglo XX venezolano.
El prestigioso periodista y analista político falconiano Manuel Felipe Sierra, apunta en nota referida a la presencia de García Márquez en Caracas: “Desde la redacción de la revista Momento, Gabo escribió reportajes que disolvían los linderos entre el relato y la crónica periodística. Reacio a la entrevista cuestionario, incorporó las repuestas de los entrevistados en el clima de amenos textos literarios. En Cuando era feliz e indocumentado, un libro publicado al ganar el Premio “Rómulo Gallegos” en 1972, se encuentran los materiales de su experiencia caraqueña.
En Caracas también en una Semana Santa, escribió el que considera su mejor cuento, “La siesta del martes”, que pasó por debajo de la mesa en el concurso de cuentos de “El Nacional”; y fue en la madrugada del 23 de enero de 1958, en un Palacio de Miraflores cruzado por las interrogantes y un clima de suspenso cinematográfico, cuando sintió la necesidad de echarle mano a la novela del dictador. Ese día comenzó a escribir “El otoño del patriarca”, la novela que según confiesa es su creación técnicamente más acabada.
Plinio Apuleyo Mendoza, su amigo bogotano y quien lo convenció en París para venir a Caracas y hacerse reportero, escribió el libro “Aquellos tiempos con el Gabo”. En él cuenta la aventura garciamarquiana en la prensa venezolana; los agitados días de la transición hacia la democracia en 1958; los proyectos literarios que se deslizaban sobre la mesa de “El Rincón de Baviera” de San Bernardino; el aperitivo en el “Gran Café” de Sabana Grande y el día, que tras un breve viaje a Cartagena, regresó con Mercedes Bacha, quien según Martin más allá de la relación matrimonial, ha sido una luz en su carrera”.

De vuelta al Relato de un Náufrago, con impecable técnica literaria y profesional estilo noticioso, García Márquez relata un suceso acaecido a un marinero de la armada colombiana llamado Luis Alejandro Velasco. La historia, reconstruida minuciosamente por el escritor sudamericano en primera persona a partir del testimonio del protagonista, fue tácticamente atribuida a éste en la prensa y sólo legitimada tras el formidable éxito de Cien años de soledad.
El 28 de febrero de 1955, ocho miembros de la tripulación del destructor Caldas cayeron al agua a causa del contrabando que sobrecargaba el buque frente a los bandazos del viento en mar gruesa. Aunque el gobierno del dictador colombiano Rojas Pinilla atribuyó el naufragio a una tormenta en el Caribe, lo cierto es que no hubo tal tormenta y que la negligencia fue la única responsable de la catástrofe. La denuncia supuso la clausura del periódico, la caída en desgracia del marino y el exilio de Gabriel García Márquez en París, donde anuda la amistad con otro gran periodista colombiano que deja estela también en nuestro país: Plinio Apuleyo Mendoza.
El destructor Caldas y su tripulación habían pasado ocho meses en el puerto de Mobile, Alabama, a raíz de las reparaciones que se efectuaban en el buque. Como presume el tópico, el marinero Velasco repartía su ocio entre su nueva novia, Mary Address, y diversos métodos para matar el tiempo con sus compañeros, como las broncas a puñetazos o las salidas al cine. Viendo la película El motín del Caine, los marineros colombianos experimentaron cierta inquietud ante las escenas de una tempestad. Como si de una premonición novelesca se tratara, Velasco albergaba recelos sobre el inminente regreso del destructor a su base en Cartagena.
Lo cierto es que, a unas doscientas millas del puerto, la sobrecarga situada en la cubierta del buque se desprendió a causa del viento y del oleaje y se llevó al agua a ocho marineros. La desgracia quiso que Velasco fuera el único que alcanzara a nado una de las balsas arrojadas por el destructor. Impotente, nada pudo hacer por sus compañeros, que se ahogaron a pocos metros de donde él estaba.
Mientras el buque de guerra proseguía su rumbo sin detenerse (llegó a su base con puntualidad), el náufrago esperó inútilmente que le rescataran con rapidez. En una balsa a la deriva, desprovista de víveres, en compañía de su reloj y tres remos, resistió durante diez días la sed, el hambre, los peligros del mar, el sol abrasador, la desesperación de la soledad, la locura, únicamente con su instinto de supervivencia. Aunque los aviones colombianos y norteamericanos de la Zona del Canal pasaron muy cerca de él, no llegaron a localizarle.
Tras comprender que nadie podría ayudarle, y aun cuando deseó la muerte para dejar de sufrir, sobrevivió contra todo pronóstico a las condiciones adversas. Aunque cazó una gaviota no pudo llegar a comérsela, y los tiburones le arrebataron un pez verde de medio metro que llegó a atrapar y del que sólo probó dos bocados. Tampoco consiguió despedazar sus botas ni su cinturón para aplacar el hambre, ni la lluvia hizo acto de presencia para permitirle beber. Se entretuvo en comprobar, en su reloj, cómo el tiempo transcurría inexorable, y por las noches, en una especie de delirio formado por el recuerdo y el pánico a la soledad, conversaba con el espíritu de su compañero, el marinero Jaime Manjarrés.
El naufragio de Velasco constituyó una estremecedora experiencia de la soledad, tema predilecto en la literatura de Gabriel García Márquez. No es que el náufrago ocupara las largas horas de su infortunio en la reflexión, dada la urgencia de su situación y el delirio al que lo sometió. Sin embargo, sí fueron horas dedicadas a la experiencia de sí mismo, a la vivencia de la realidad a partir de los instintos más primitivos y de los sentimientos más humanos.
Tras sobrevivir a una tempestad durante el séptimo día de deriva, Velasco afirma: "Después de la tormenta el mar amanece azul, como en los cuadros". Con el registro eficaz del periodismo, reconstruyendo la odisea del marinero, Gabriel García Márquez se esfuerza precisamente en hacer verosímil una realidad que de tan asombrosa y terrible pudiera parecer imaginaria. Los esfuerzos del escritor colombiano por devolver al mundo de la ficción lo que a priori es poco verosímil fundamentan su estilo.
Si increíble resulta la aventura del náufrago, también lo es su final. Cuando Velasco vio tierra, aún tuvo que alcanzar la playa a nado para no estrellarse contra unos acantilados; tuvo que luchar contra las olas que le devolvían al mar, tuvo que contar su historia a campesinos desconfiados que no conocían la noticia del naufragio, y durante dos días, soportó que le trasladaran en una hamaca como una atracción de feria por territorios agrestes, hasta que por fin le vio un médico y le permitió comer normalmente. Condecorado por el presidente de la República, hizo bastante dinero con la publicidad, se arruinó y acabó trabajando como oficinista en una empresa de autobuses.

Valga el momento para recordar lo que alguna vez expresara este gigante de la literatura mundial que nos honró con su presencia y obra premiada con nuestro Rómulo Gallegos: “El periodismo es el mejor oficio del mundo. Permeó toda su obra a la cual, sin lugar a dudas, contribuyó calzándola y convierte en universal. Y, de aquí en adelante, única y eterna.


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