jueves, 25 de febrero de 2016

Umberto Eco, el escritor


“En el momento actual, 
la opinión de un intelectual es tan valiosa 
como la de cualquier otra persona”

Umberto Eco, el escritor y semiólogo italiano que criticó a lo largo de su vida la manipulación en el periodismo y la corrupción falleció anoche falleció en su casa a los 84 años. Se encontraba en su propia casa de Milán, donde residía en los últimos años, y sin que se tuviera noticia de una enfermedad, se ha ido uno de los pensadores europeos más relevantes del último medio siglo y acaso uno de los últimos grandes eruditos en la tradición enciclopédica.
En una crónica para la prensa, Eco escribió algo que no debe desperdiciarse -como casi todo lo que expuso en sus libros y al frente de las cátedras que regentó-: “¿Por qué los intelectuales no nos proporcionan las respuestas que nuestros políticos no han podido ofrecernos?” Es extraño e incluso fetichista que la gente tenga esta expectativa, como si los intelectuales fueran oráculos de donde surgieran todas las respuestas. ¿Quién dice que los grandes poetas, pensadores y novelistas saben qué hacer en situaciones que dejan perplejas a las mejores mentes del mundo político?
“Es verdad, como he dicho en numerosas ocasiones, que a veces los intelectuales pueden prever el futuro; basta revisar los aspectos proféticos de la novela de George Orwell “1984”. Y los intelectuales ciertamente pueden ayudarnos a entender eventos importantes. Pero en el momento actual, la opinión de un intelectual es tan valiosa como la de cualquier otra persona. Los intelectuales pueden darle voz a la consternación, al dolor o a la indignación, pero si por ejemplo propusieran que no hay que bombardear las ciudades sirias sino solo los pozos petroleros del país, su juicio no valdría más que el de cualquier político que dijera lo mismo.
“Hace muchos años escribí que si un poeta se encontrara en un teatro en el que estallara un incendio, no debería ponerse de pie y leer en voz alta sus poemas; no, debería de llamar a los bomberos. Así pues, esperar que los intelectuales proporcionen todas las respuestas es una forma de evitar admitir que los políticos, los jefes de estado y los generales tampoco tienen las respuestas. La gente que apela a los intelectuales ante las penurias de la vida actúa como los católicos devotos que solo ven a los santos”. ¡Cuantas verdades!
La última de las obras de la fecunda carrera de Umberto Eco como autor de novelas de éxito y ensayos de semiótica, estética medieval o filosofía, fue Número cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre una crisis del periodismo que, advertía, empezó “en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión”.
“Hasta entonces”, contaba en una entrevista de Juan Cruz publicada por EL PAÍS en marzo de 2015, “el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?”. Esa era la duda —la curiosidad vestida de pesimismo— que lo llevó a publicar su último libro y a mantener su mirada despierta hacia todo lo que ocurría a su alrededor.
La noche de este viernes 19 de febrero, tras difundir la noticia de su fallecimiento —pocas veces la expresión Italia está de luto ha tenido tanto sentido—, el diario La Repubblica escribió en su web un titular que resume muy bien la personalidad de Eco y el respeto, casi unánime, que despertaba en Italia: “Muere Umberto Eco, el hombre que lo sabía todo”. 
Como destacaba Il Corriere della Sera, Eco ha sido una presencia constante e imprescindible de la vida cultural italiana del último medio siglo, pero su fama, a nivel mundial, se debe al extraordinario éxito de El nombre de la rosa, del que se vendieron millones de copias en todo el mundo. “Recorrer la vida y la carrera de Umberto Eco”, explica el diario de Milán, “significa también reconstruir un pedazo importante de nuestra historia cultural”.
Como catedrático de Filosofía en la Universidad de Bolonia, puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetivo es difundir la cultura internacional entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. 
En un discurso en la Universidad de Turín, Eco aplicó su mirada crítica –no todo es positivo ni negativo en su totalidad— a las redes sociales: “El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con Internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte da derecho de palabra a legiones de imbéciles”.
Borja Hermoso escribe en el diario El País (Madrid, 20/2/2016): ““El arte solo ofrece alternativas a quien no está prisionero de los medios de comunicación de masas” fue uno de sus gritos de guerra, proferidos desde debajo de un sombrero negro, desde dentro de un gabán negro, desde lo alto de un magisterio luminoso. Avisaba a navegantes, ya hace mucho, y no solo a navegantes, también a los políticos y a los periodistas, gremios que se creen/nos creemos infinitamente más de lo que son/somos. Solo el advenimiento de zarpazos lúcidos de pensamiento, de creación literaria o artística, de luz, de autenticidad, nos salvará contra tanta falacia, pactista o no”.
Según el periódico español El Mundo, el escritor Roberto Saviano publicó en Twitter un mensaje sencillo de despedida en el que citó las últimas palabras de En el nombre de la rosa. "Nomina nuda tenemos. Adiós profesor". La frase entera con la que concluye la novela es "stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus", una expresión en latín que, en esencia, explica la idea de que al final solo queda el nombre de las cosas.
Portada del último de los libros publicados por Eco. Obsequio desde Madrid, de María Eugenia y José Enrique Machado.




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